Ilustración: «La Casa de las Dos Puertas, años 60», por Santiago Almarza
Versiones sonoras
Ponemos aquí las tres versiones radiofónicas de esta leyenda:
- La primera, de 1968, emitida por Radio Nacional de España en 1968, dentro de un concurso denominado «I Llamada a los pueblos«. La Leyenda de la Casa de las dos Puertas recibió el segundo premio del concurso. Los vecinos Emilio Muñoz López, Julio Sánchez Rivas, María Dolores Avia Aranda, José Mª Gómez Rodríguez Monje y Maximino Sánchez Martínez, recopilaron hace años esta leyenda, que quedó clasificada en 2º Lugar en el concurso de Leyendas Populares de RNE.
- La segunda versión, en los años 80, fue emitida en Onda Plana, según guión de Alfredo Avia Aranda.
- La tercera versión, de 2019, fue emitida en Onda Plana Santa Cruz, según guión radiofónico de Nel Avia Aranda, a partir de una comedia indédita del mismo autor, bajo la dirección de Paloma Matteo.
En 1988, José Loeches escribió un poema-romance sobre esta leyenda, publicado en el Programa de Fiestas de 1991.
Introducción (según primera versión)
Nuestra leyenda se centra en una antigua casa de Santa Cruz, que fue demolida y reconstruida parcialmente, donde en la actualidad hay una entidad bancaria; aún guarda algunos trazos de su anterior edificación. Nos referimos a la «Casa de las Dos Puertas«.
Su escudo es uno de los más antiguos de la Villa, contribuyendo a ésto el aspecto severo, recio y noble de la casa, unido a unos detalles curiosos. En la fachada principal aparece, al lado de puerta, la silueta de una segunda puerta, condenada. En ella hay una ventana, viéndose claramente que era éste la original, tanto por su situación como por la colocación del escudo.
En el lateral de la casa había una curiosa tapia jalonada por una reja, impidiendo que persona alguna se acercase a las ventanas de las habitaciones laterales. De la fisonomía de esta casa nació la Leyenda de la Casa de las Dos puertas.
Texto (segunda versión)
El texto que aquí se presenta es una adaptación de Alfredo Jaime Avia Aranda para una versión radiofónica de la emisora local.
NARRADOR: Año 1.778, vivía en la casa de nuestra leyenda una familia de hidalgos cuyo cabeza de familia era Don Juan Manuel de Lara. Señor seco y muy sobrio y parco en palabras. Bajo su tutela tenía gran cantidad de los cultivos y labores agrícolas y ganaderos del lugar. El poder de Don Juan Manuel estaba ensombrecido por su mayor enemigo, Don Alonso Chacón, hidalgo muy importante como lo atestigua la calle que lleva su nombre. La rivalidad entre ambas familias era origen del gran poder que en el pueblo tenían tanto el uno como el otro. Nos adentraremos en la vida de Don Juan Manuel de Lara.
Aquella tarde había tenido un gran acarreo con el trasiego del ganado y el arreglo de la cuadra y el pajar…
JUAN MANUEL DE LARA: Andrés, mañana cuando venga el carpintero, que mire bien que el zaguán de la puerta quede bien, cambie el maderamen principal de la cuadra, la que da con el lateral del pozo y, si le queda tiempo, que dé un repaso a la puerta de la cuadra, que esta algo descolgá. Y que los demás continúen con la marca del ganao y ordenando bien el pajar, que da asco verlo.
ANDRÉS: Lo que Usted mande Don Juan Manuel.
JUAN MANUEL DE LARA: ¿Que música suena?, ¿Estamos de festejo?
ANDRÉS: ¿No lo recuerda Don Juan Manuel? Hoy es treinta de abril, la noche de los Mayos.
DON JUAN MANUEL DE LARA: ¿Mayos? … Pá mayos tengo yo la cabeza y el cuerpo… Hale retírese y a pasar buenas noches.
ANDRÉS: Igualmente, Don Juan Manuel, Buenas noches tenga Usted. Y si usted no ordena ná más, me retiro con su permiso pá aviarme.
DON JUAN MANUEL DE LARA: Hale, marche Usted con Dios.
DON JUAN MANUEL DE LARA: ¡Ángela!… ¡Ángela!…. ¡Ángela!… ¿Pero dónde estará esta hija mía? ¡Antonia!
ANTONIA: Diga usted señorito.
DON JUAN MANUEL DE LARA: ¿Dónde esta mi hija?
ANTONIA: Le dolía algo la cabeza y se ha retirao a sus aposentos. Me ha dicho que cene Usted solo, que ella ya se ha tomado un tazón de leche y unas tortas. ¿Le traigo ya la cena? Hay una ensalá y costillas con patatas.
DON JUAN MANUEL DE LARA: Déjelo, tráigame un poco de jamón y la ensalá, no tengo mucho apetito. Y díles a los de la ronda que en esta casa no hay naide pá rondar, que se marchen con la música a otra parte, que aun guardo el luto por mi señora esposa.
ANTONIA: Así se hará Don Juan Manuel, no guarde usted reparo.
NARRADOR: Al despuntar la mañana Don Juan Manuel, ensilla su mejor caballo y sale a ver cómo se encuentran sus posesiones. A eso de la media tarde regresa precipitadamente, desmonta rápidamente y le comunica a Andrés una orden seca y tajante.
DON JUAN MANUEL DE LARA: ¡Andrés! Avíese rápido que tenemos que ir a ver al Juez. Otra vez Alonso Chacón ha movido los mojones del viñedo del Cerro Claricas.
NARRADOR: Al entrar en la casa Don Juan Manuel medita las acusaciones que vertiera contra su mayor enemigo, Don Alonso Chacón.
Por un momento cree oír unas risas en el dormitorio de su hija, no hace mayor caso pensando que pueden ser cosa de mujeres entre Ángela y Antonia. Sus oídos no dan crédito a lo que escucha: una voz de mozo. Don Juan Manuel se acerca sigilosamente a su ventana, la abre despacio y sin mover los visillos empieza a oír la conversación de una declaración de amor entre su hija Ángela y un desconocido.
El atardecer le da un atisbo de rayos de sol que le permiten ver el rostro del mancebo, Alonso Chacón, el mismísimo hijo de Don Alonso Chacón, su mayor enemigo…
El golpe seco de la ventana al cerrarse alerta a los enamorados; uno sale corriendo para esconderse en el callejón del Cascabelillo, en donde le aguarda su caballeriza. Ella se encamina rauda al salón principal a esperar la respuesta de su padre.
DON JUAN MANUEL DE LARA: Ángela, no he podido por menos que escucharos y te diré una sola cosa: ya sabes las simpatías que tengo con la familia Chacón. Te lo diré una sola vez. No intercambies ni sola palabra, ni una mirada, con el hijo de Don Alonso Chacón ¡Te lo puedo decir más alto, más claro imposible!
ANGELA: ¡Pero padre…!
DON JUAN MANUEL DE LARA: No hay peros que valgan, y no hay más que hablar. Desde mañana saldrás a la calle a lo necesario, esto es, a misa y a rezar el rosario. Y siempre en compañía de Antonia. Y como me desobedecieres te envío con las monjas recluida. Y ahora cena y arregla la alacena que da pena verla. Yo me marcho que tengo que aclarar un asuntillo con el Juez y Don Alonso Chacón.
NARRADOR: Ángela queda postrada en la banca del salón llorando. Su fiel servidora y a la vez amiga Antonia llega a consolarla y animarla.
ANTONIA: No me llores mi niña, seguro que a su padre mañana se le ha pasao el enfado. Desde que su difunta madre nos dejó está algo nervioso. Verá como todo se soluciona y al final la veo pasando por la iglesia de Santiago con Don Alonso Chacón agarrada de su brazo.
NARRADOR: Nada más lejano. Al despuntar la mañana Ángela escuchó más ruido de lo normal. El golpeteo de las ruedas de las galeras, los cascos de las caballerizas machacando los adoquines de la calle mayor, eran silenciados por el habla de unos mozos cercanos a su ventana. Ángela se levantó y, corriendo la cortina levemente, pudo ver una galera con piedras y un carretón con unos sacos de yeso.
Enfrente de su morada se estaba levantando una pequeña tapia que la separaba del acceso de la calle. Su padre medía con sus propios pies la distancia y daba órdenes al herrero del tipo de reja, dotada de puntiagudos pinchos.
Corrían los días en los que la labor estaba totalmente volcada en la siega. Don Juan Manuel salía al abrir la noche en unión de una cuadrilla de segadoras, quedando sólo en la casa Ángela y la criada Antonia; al ruido de las carretas y galeras se unía el cantar de las cuadrillas: “Seguidillas te traigo, de las santacruceras, que son alegres….”
ANTONIA: Mi niña, hoy tengo que ir al mercao y no se si podré con tó el hato. Me podría acompañar y de esta forma tomaba algo el aire que se está quedando pálida.
ANGELA: Antonia, sabes que lo estoy deseando, pero si se entera mi padre….
ANTONIA: Tranquila, hoy estará tó el día con la labor y además apenas ha quedao personal en el lugar.
NARRADOR: A eso del mediodía y bajo la sombra de la torre del Ayuntamiento Antonia regatea unas especias; muy cerca Ángela mira unos encajes de Lagartera. A su lado una voz murmura a su oído.
ALONSO CHACÓN: Creía que te habías recluido en el convento, estaba a punto de saltarme su tapia.
ANGELA: ¡Que haces insensato! Retírate raudo, si nos ven y se lo cuentan a mi padre nos matan.
ALONSO CHACÓN: Para separarme de vos no hay caballerizas en el lugar que tiren más que el amor que os profeso.
ANGELA: Ya sabéis lo que yo siento por vos, pero ahora os ruego que os retiréis.
ALONSO CHACÓN: Me retiraré a cambio de una condición: que antes del día de la patrona seas mi señora esposa, y así se lo haréis decir hoy a vuestro señor padre.
ANGELA: Así se hará, pero ahora marchaos, os lo ruego.
NARRADOR: Ángela aprovechaba los últimas luces del día para bordar una sábana en la que resaltaba una Amapola y dos iniciales a cada lado, la A repetida.
Al ver tras los visillos de la ventana el carreín en el que llegaba su padre, Ángela se aprestó a esconder debajo del cesto de la costura la labor, se alisó el mandil y salió a esperarle a la puerta.
ANGELA: Buenas tardes tenga usted padre, ¿Cómo fue el día?
DON JUAN MANUEL DE LARA: Mal, muy mal, al Puyas se le ha ido la hoz y se ha pegao un tajo en tó el brazo. Veremos si no se le engangrena y hay que cortalo… Además, con el asunto del corte, más de medio jornal lo hemos tenido parao. Veremos si mañana no despunta el día lloviendo y perdemos todo el trigal.
ANGELA
Padre, verá cómo no y todo sale bien…. Padre: tengo que pedirle algo.
DON JUAN MANUEL DE LARA: Veremos lo que es, y apura que estoy cansao y mañana tenemos un día muy largo.
ANGELA: Padre, quiero que usted acceda a darnos la buenas para el casorio con Don Alonso Chacón.
DON JUAN ALONSO DE LARA: ¿Pero qué dices, insensata? ¡Ya te lo dije antaño, que antes muerto!
ANGELA: Si por una rivalidad entre familias yo no puedo tener como padre de mis hijos al que yo quiero, ni usted ni nadie me impedirá tomar nupcias con él.
DON JUAN MANUEL DE LARA: ¡Calla, Calla y no blasfemes!, Y lo que te digo es mi última palabra:
YO TE JURO QUE SI SALES PARA CASARTE POR ESTA PUERTA, NO VOLVERÁS A ENTRAR POR ELLA NI VIVA NI MUERTA.
NARRADOR: Con el cantar del gallo y el tintineo del golpear del martillo en la herradura suelta del caballo, Ángela retiró la cortina de la cocina que daba a la portada. Le acompañaba Antonia, llevaba una pequeña maleta amarrada con un cinto, y un hato con los cuatro enseres personales de Ángela. Se volvió y dando un fuerte abrazo a Antonia se subió al carretín en el que le aguardaba Andrés. Sin mediar palabra un golpe seco y certero del látigo puso en marcha el carretin, torció hacia el arco de la villa, dobló en el Cascabelillo y enfiló a la Iglesia de San Miguel. Detrás de ésta le estaba esperando Don Alonso Chacón.
Al descender del carretin su falda quedó medio enganchada en una gran cadena que limitaba la puerta de la casa de las Cadenas. La caridad de un pariente lejano le dio aposento en dicha morada.
Y en ella vivieron sin poderse emancipar. Pero Ángela había cumplido su deseo de contraer nupcias con su amado.
Así pasaron los días. Ángela era cada día mas feliz. Tan sólo le apenaba el tener negado el saludo y cariño de su padre. Se acordaba de su amada madre y la carga de conciencia crecía día a día.
Por los acontecimientos de la vida se unieron con los de la historia de Santa Cruz. Con ocasión de una visita del Rey Carlos III recayeron en Don Alonso Chacón los honores de acompañarlo en una cacería en el término. Después de haber saboreado los vinos del lugar y dar parte a un suculento guisado se enfilaron por Camino Ancho hacia el pueblo.
El Rey estaba sumamente cansado por lo ajetreado de la jornada y así se lo hizo saber a Don Alonso Chacón. Éste, mostrando la atención que a lo largo de la historia ha tenido el santacrucero con el vistitante, y en especial tratándose de quien se trataba, le ofreció morada para descansar.
ALONSO CHACÓN: Majestad, si a los honores que su persona corresponde no le parece mal, mis aposentos son sus aposentos.
CARLOS III: Nada me colmaría más que el compartir con su persona y la de su familia morada y cobijo. De tal modo que mañana al amanecer tomaría partida para la Villa y Corte.
ALONSO CHACÓN: Espero que mi humilde morada y los pobres condimentos que mi amantísima esposa nos prepare no sean un insulto a vuestra Majestad.
CARLOS III: Un rey debe de serlo no sólo en Palacio, también en las Villas y Plazas en la que regenta. Espero poderos congraciar los servicios y atenciones que tan servil me están ofreciendo. Pedidme y se os dará.
ALONSO CHACÓN: No deseo títulos, ni tierras, ni honores. Una sola cosa deseo: poder colmar a mi amantísima esposa de felicidad. Desde que contrajimos nupcias su padre no le permite entrar en su casa y desde entonces negada tiene su mirada.
CARLOS III: Decidme donde habita su señor padre de su señora esposa y veremos si lo que la testarudez del hombre ha desunido puede por esta vez unir la Corona de las Españas.
ALONSO CHACÓN: Casualmente, pasando el Arco de la Villa que se atisba. Cercano habita Don Juan Manuel de Lara, que es así como se llama el Hidalgo.
NARRADOR: Durante una larga hora entablaron conversación el Rey Carlos III y el hidalgo Don Juan Manuel de Lara, De lo que dentro se pronunció, aconsejó y comentó, solo los muros supieron.
A las puertas de la casa, en una distancia que cubría desde el Arco de la Villa a la Casa del Gallo, aguardaba el séquito real y Don Alfonso Chacón, que había dado orden de traer a su amada esposa Doña Ángela, a fin de que si el Monarca lograba convencer a Don Juan Manuel de Lara, fuese ella la primera en tener la buena nueva.
A las puertas de la casa salió Carlos III acompañado de Don Juan Manuel de Lara.
DON JUAN MANUEL DE LARA: Después de platicar con su Majestad nuestro rey de las Españas Carlos III, he tenido a bien el conceder asilo a mi querida hija.
Ahora bien ya que el Juramento de un Hidalgo caballero español está por encima de todas las cosas y bajo la mirada atenta de nuestro señor Jesucristo de Nazareno, he tenido a bien el mandar tapiar esta puerta y que antes de dos jornadas se construya a distancia prudencial nueva puerta.
De esta forma mi hija podrá abrazarme y entrar en esta que es su casa y yo mantendré por el paso de los años mi palabra y Juramento de Hidalgo.
NARRADOR: Unos días después entraba por la nueva puerta Doña Ángela de Lara en unión de Don Alonso Chacón.
Tras del quicio de la puerta estaba con los ojos humedecidos Don Juan Manuel de Lara. De los besos, abrazos y palabras que mediaron la historia no quiso enterarse.
Del reconocimiento de la amistad contraída entre el Rey Carlos III y Don Alonso Chacón hay testimonio de ello en el candado de la casa de las Cadenas, grabado del toisón de oro, concedido a la familia, igual que el titulo de Grandes de España como puede observarse en la lápida de la familia, conservada en el cementerio.
A partir de aquel día la felicidad de Ángela y Alonso debió de ser completa. Como testimonio de esta unión, mas allá del tiempo, sus lápidas siempre unidas aparecen hoy en la Iglesia de Santiago Apóstol