«Quien hace un cesto, hará cientos…, si tiene mimbres y tiempo»
En el Museo Etnológico “Joaquín Arias” de la asociación cultural ACAME se puede contemplar y rememorar, entre otras cosas, cómo era la “Escuela del siglo pasado”, cómo se llevaban a cabo las diferentes faenas agrícolas y ganaderas y qué aperos utilizaban. Durante años se presentaron exposiciones temporales dedicadas a algunos artesanos de antaño: albañiles, zapateros, tejeros, esparteros, carreteros…
Pero teníamos una deuda con los artesanos del mimbre —los cesteros o canasteros—, fabricantes de cestos, banastas, seros, sillas, cunas, butacas, mesas, maletas, baúles, setos… Y a veces también figuras decorativas o juguetes, como los que alguna vez estuvieron o siguen estando en nuestras casas. Las piezas que producían nuestros artesanos, destinadas sobre todo al consumo local, constituían lo que hoy llamaríamos la industria auxiliar de nuestra economía de hace años (agricultura y ganadería). Pero también eran esenciales en la vida doméstica.
Todos los artesanos tenían, sin embargo, algo en común: el trabajo con sus manos y con las escasas herramientas que ellos mismos fabricaban, hasta conseguir transformar la materia —ya fuera cuero,hierro, madera, esparto,mimbre o arcilla— en objetos útiles. Y también compartían su modo de aprendizaje de sus mayores, ya que, casi siempre, eran oficios y conocimientos hereditarios.
El trabajo con el mimbre conlleva un largo y laborioso proceso desde la corta, el secado, el pelado, el trenzado, un proceso que se extiende a lo largo del año y culmina con la construcción de enseres tan útiles como duraderos y bellos. Por suerte, en el pueblo tenemos aún a nuestro último artesano del mimbre, un magnífico cestero que se inició en el oficio hace sesenta años, en un entorno social muy desfavorable por su discapacidad —sordo de nacimiento, o sordomudo, como se decía entonces— cuando la sordera se equiparaba con deficiencia mental si no con la demencia. Por culpa de aquel clima de ignorancia y discriminación generalizada, nuestro último cestero no pudo ir a la escuela ni aprendió a leer y escribir. Y tampoco nadie le enseñó el lenguaje de signos para comunicarse.
Rosario Garcia Medina, que así se llama nuestro último cestero, tuvo la gran suerte de tener un tío que le enseñó el oficio de la cestería. Rosario, que también trabajó en el campo y como peón de albañil, dedicó su vida a trabajar el mimbre.
Hoy, con 84 años, vive en la residencia de Santa Cruz y tiene familia que le visita y le quiere.
Todo en silencio. Y también silenciado y oculto por una sociedad que lo discriminaba por su discapacidad. Con sus manos, sus gestos y su mirada, llegó a construir su propia manera de comunicarse para poder contar cómo era su trabajo, como obtenía el mimbre, como lo pelaba y lo doblegaba. Y también relatar sus recuerdos de la infancia y juventud, el camino de obstáculos que tuvo que recorrer a lo largo de su vida.
Hoy, pese al avance de la ciencia y del progreso en las condiciones sociales y en los derechos, en Santa Cruz hay muchas personas que han padecido y padecen vejaciones y aislamiento por su condición de discapacidad. Todas merecen ser respetadas y aceptadas, en un mundo más igualitario, inclusivo y justo.
Desde ACAME queremos que no quede en el silencio el reconocimiento a artesanos como Rosario. Y también reivindicar la dignidad de aquellas personas que además de su discapacidad sufrían el escarnio popular.
A. C. «Amigos del Museo Etnológico «Joaquín Arias»